
"NO LES VOY A CONTAR NADA, no voy a delatar a nadie, no esperen nada de mí", les dijo enfadado el narcotraficante Diego Montoya Sánchez a los oficiales del Ejército y a los funcionarios de la Fiscalía que lo condujeron esposado a la habitación principal de la finca El Pital donde fue detenido en la madrugada del pasado lunes 10 de septiembre.
Montoya, que fue encontrado prácticamente enterrado en una improvisada caleta cerca de una quebrada vestido apenas con ropa interior y tenis, se puso un pantalón verde y una camiseta negra mientras algunos investigadores hacían un recorrido por la casa que, para su sorpresa, está semidestruida, no tiene luz y en nada se parece a las lujosas propiedades de los poderosos capos del narcotráfico.
Aparte de algunas joyas, un reloj y documentos sin importancia, las fuerzas de asalto encontraron en una pequeña habitación lo que hoy constituye un tesoro para las autoridades: dos computadores portátiles que Montoya y sus escoltas dejaron abandonados cuando intentaron escapar sin éxito al cerco que les habían tendido. "Si los dos computadores contienen la información que imaginamos, no interesa mucho si Montoya habla o no", le dijo a CAMBIO uno de los investigadores que participó en la Operación Simeón.
Montoya resultó ser tan organizado y meticuloso como Miguel Rodríguez Orejuela. Los investigadores encontraron una carpeta con una lista de cerca de 200 nombres de personas que colaboraban con la organización y su respectiva asignación mensual. Y aunque el contenido de los computadores y de la carpeta es hoy uno de los secretos mejor guardados por las autoridades, CAMBIO estableció que están incluidas las identidades de los miembros del Ejército que ayudaban al capo a evadir la intensa persecución que le montaron desde 2000, cuando Estados Unidos lo pidió en extradición y el FBI lo incluyó en la lista de los 10 delincuentes más buscados del planeta. "Una de las pocas cosas que dijo entre el momento de la captura y el traslado a Bogotá fue que amaba al Ejército y que conocía a muchos oficiales", le contó a CAMBIO uno de los militares que participó en la captura.
Paradójicamente, fue esa cercanía con miembros del Ejército la que desencadenó el fin de Montoya. Muy temprano en la mañana del jueves 6 de septiembre, agentes encubiertos colombianos que trabajan en estrecha colaboración con agentes de inteligencia británicos, interceptaron una conversación telefónica entre un teniente adscrito a la III Brigada del Ejército en Cali y un hombre que, al parecer, pertenecía al cuerpo de seguridad del capo.
Montoya, que fue encontrado prácticamente enterrado en una improvisada caleta cerca de una quebrada vestido apenas con ropa interior y tenis, se puso un pantalón verde y una camiseta negra mientras algunos investigadores hacían un recorrido por la casa que, para su sorpresa, está semidestruida, no tiene luz y en nada se parece a las lujosas propiedades de los poderosos capos del narcotráfico.
Aparte de algunas joyas, un reloj y documentos sin importancia, las fuerzas de asalto encontraron en una pequeña habitación lo que hoy constituye un tesoro para las autoridades: dos computadores portátiles que Montoya y sus escoltas dejaron abandonados cuando intentaron escapar sin éxito al cerco que les habían tendido. "Si los dos computadores contienen la información que imaginamos, no interesa mucho si Montoya habla o no", le dijo a CAMBIO uno de los investigadores que participó en la Operación Simeón.
Montoya resultó ser tan organizado y meticuloso como Miguel Rodríguez Orejuela. Los investigadores encontraron una carpeta con una lista de cerca de 200 nombres de personas que colaboraban con la organización y su respectiva asignación mensual. Y aunque el contenido de los computadores y de la carpeta es hoy uno de los secretos mejor guardados por las autoridades, CAMBIO estableció que están incluidas las identidades de los miembros del Ejército que ayudaban al capo a evadir la intensa persecución que le montaron desde 2000, cuando Estados Unidos lo pidió en extradición y el FBI lo incluyó en la lista de los 10 delincuentes más buscados del planeta. "Una de las pocas cosas que dijo entre el momento de la captura y el traslado a Bogotá fue que amaba al Ejército y que conocía a muchos oficiales", le contó a CAMBIO uno de los militares que participó en la captura.
Paradójicamente, fue esa cercanía con miembros del Ejército la que desencadenó el fin de Montoya. Muy temprano en la mañana del jueves 6 de septiembre, agentes encubiertos colombianos que trabajan en estrecha colaboración con agentes de inteligencia británicos, interceptaron una conversación telefónica entre un teniente adscrito a la III Brigada del Ejército en Cali y un hombre que, al parecer, pertenecía al cuerpo de seguridad del capo.